Después del fatídico 2008, año en que se desmoronó como un castillo de naipes el mundo de los negocios, decidí que yo no dependería del trabajo, sino que el trabajo dependería de mí. Fue una decisión muy dura ya que no se trataba simplemente de enfocarse en una cosa u otra, sino de asumir las consecuencias de la elección.
Tuve que realizar el gran esfuerzo de sentirme solo para empezar de nuevo a trabajar en equipo.
Necesitaba desconectar para volver a conectar.
Era imprescindible para empezar a pensar que debería trabajar de forma individual, pero con un fin común, donde mis colegas fueran unos perfectos desconocidos para siempre.
INFRAESTRUCTURA & COMPROMISO
Entre las graves consecuencias de la decisión, se encontraba la relacionada con la creación de una eficaz infraestructura y, por otro lado, aquellas pautas que regirían mi modelo de negocio.
En cuanto a la infraestructura, preparé 2 CPUs y 5 monitores planos de 24”. Además, compré 2 webcams HD, una impresora/scanner, un soporte para el smartphone, unos airpods como equipo de sonido y una buena fibra para estar conectado con todo el mundo. Al margen, una buena iluminación y un buen decorado donde encuadrar mi presencia. Así, cada vez que enciendo la “maquinaria”, me siento el rey del planeta.
En cuanto al segundo tema, fue algo más complejo ya que requería un compromiso, incluso familiar, superior a cualquier compromiso asumido hasta la fecha.
Abandoné todo lo relacionado con la consultoría en productividad y en sistemas de gestión de la calidad. Dejé mi actividad como docente y me centré en “pensar”. De hecho, en 3 meses me quedé sin clientes. Unos arruinados y otros que abandoné elegantemente para que no me arruinasen. “Estamos a 0”. Le dije a mi mujer. Vendimos la casa, el coche y nos deshicimos de todo lo superfluo que nos aportaba una falsa seguridad para enfocarnos en lo realmente necesario. Fue una decisión consensuada.
EL ALGORITMO ADNe
Tuve un golpe de suerte. Descifré un algoritmo que replicaba el modelo sináptico. Algo tan extraño como eficaz. Lo denominé ADNe.
Tiene que saber que, cuando las cosas no van bien, hay gente que se alegra y unos pocos te echan una mano; mientras que, cuando las cosas van mejor, unos pocos se alegran y los hay que no te echan una mano. Prácticamente lo mismo…
El caso es que este algoritmo trabaja en México, Colombia, Costa Rica, Panamá, Chile, Argentina y, por supuesto, en España. Es un algoritmo “latino”.
Cuando menciono que el algoritmo trabaja, me refiero a que, una vez diseñado, el que trabaja es él. Yo únicamente me ocupo de tener una reunión semanal (por supuesto virtual) con los diferentes clientes.
Teniendo en cuenta el desfase horario entre 6 y 8 horas, ya puede imaginarse usted que la hora de comer y cenar la tengo totalmente cambiada. Un “jet-lag” gastronómico al estilo antibiótico. El resto del tiempo… pienso, leo, disfruto, calculo, investigo… Ese es mi trabajo. Como puede apreciar, el algoritmo y yo contactamos en tiempo real con empresas y personas a más de 13.000 Kms de distancia sin necesidad de darnos la mano. Incluso a veces, ni siquiera conectamos la imagen. Yo salgo en pantalla con un circulito con AE y ellos con sus iniciales.
Con esto le quiero decir que “nos conocemos” a nuestra manera y que trabajamos en la distancia geográfica pero con una gran cercanía en cuanto a relación y objetivos.
TRABAJAR EN LA DISTANCIA
Con el tiempo, me he dado cuenta de la gran cantidad de conversaciones inútiles que he mantenido; de cuántas personas desagradables he aguantado y de la gran cantidad de gente viscosa con la que me he relacionado.
La verdad es que resulta absurdamente improductivo desplazarse durante horas para trabajar en un “sitio” concreto compartiendo espacios con muchas más personas para luego volver a casa, ver a tu familia y amargarles con tus preocupaciones laborales antes y después de la cena. La incomodidad de los viajes, esperas y tiempos muertos incluidos, la habíamos asumido como una inevitable regla del juego.
A menudo, cuando viajo por placer, me preocupa ver a esos ejecutivos martilleando frenéticamente sus portátiles mientras yo veo la última película de Quentin Tarantino en el smartphone.
Actualmente confío más en una web que me remite un mail de forma inmediata para validar mi pedido que en la sonriente cara de un encantador de serpientes.
Con mi equipo de informáticos tengo una pauta en cuanto a comunicación se refiere. Al principio me costó lo mío, pero la verdad es que ahora no podría vivir de otra manera. Dicha pauta consta de 3 niveles de necesidad para ambas partes:
- Comunicación básica por mail a partir de las 23:00 horas.
- Comunicación por Whatsapp en caso de verdadera urgencia.
- Conexión virtual para confirmar formulaciones.
Este proceso se ha visto acelerado gracias a la digitalización, todavía imperfecta, pero indudablemente esperanzadora.
Cuento todo esto para que se sepa que trabajar en equipo y en la distancia es totalmente factible y que la recompensa es sustancialmente grande. ¿Un reto? Sí. Para mí lo fue. ¡Superado!
Solo le daré un último dato: Tengo 60 años.
Como sospecha, el ser humano necesita pertenecer a un colectivo. Para ello no hace falta recurrir a Abraham Maslow. Por ello, hay gente que, curiosamente, pertenece al colectivo de los que no quieren pertenecer a ningún colectivo… pero realmente pertenecemos al colectivo de los conectados.